viernes, 2 de octubre de 2009

Dulces recuerdos...

Como más de uno en su casa, en mi infancia tuve más de un compañero animal: desde caderneras, periquitos hasta gatos y perro. Hoy vuelvo la vista atrás y debo reconocer que no me porté bien con mi perro, pues no supe ver ni entender que cuando más necesitaba de nuestro cariño, más se lo negamos: Drac cariño, espero que desde el cielo canino algún puedas perdonarme, sé que no es excusa pero nuestro hogar ya sabes que no era un remanso de paz y yo no era más que una mocosa…
De mi mal comportamiento no me di cuenta hasta muchos años atrás (sé que es para darme dos collejas bien dadas), cuando descubrí el mundo del abandono animal. Fue hará unos 8 años ya, cuando empezaba a navegar por la red y fisgoneando por páginas, leí un correo de un chico que buscaba a personas voluntarias para pasear perros en un refugio. Se lo comenté a mi pareja pues me llamó mucho la atención el tono de desesperación del post, este me animó a contestar al chico y así lo hice. Pocos días más tarde tras llamadas de teléfono, era un domingo de invierno y quedamos juntos con otra pareja más y el chico, para ir al refugio. De camino nos contó la situación de este; apenas iban personas a pasearles y sin ellos, los animales apenas podían disfrutar de un paseo a la semana. Me impactó mucho llegar y oír a todos los perros ladrando emocionados de vernos, ver sus caras y sus ojos me hizo ver de repente lo cruel que podía llegar a ser el ser humano con los animales. Paseamos el mayor número de ellos y recuerdo que, mientras los hacíamos un grupo de chicos nos miró con cara de asco. Más asco me dieron ellos a mi os lo puedo asegurar y seguí mi camino con la cabeza muy alta; esa mañana descubrí muchas historias tristes, crueles y que me dejaron una huella muy grande: cachorros de meses en frías jaulas sin apenas mantas, ancianos que en sus ojos leías el desespero por salir de su encierro, el terror de otros tras sufrir malos tratos…Os aseguro que me fui con un sabor agridulce: feliz por colaborar a que salieran por un rato de sus jaulas pero muy apenada por no poder hacer más. Ese día fue el principio de mi labor como voluntaria con animales abandonas, tras ese primer contacto fuimos un par más pues una semana después, el chico con el que empezamos a forjar una amistad nos propuso seguir esa labor en la perrera de nuestra ciudad (la iban a llevar a partir de entonces, una entidad proteccionista a favor del sacrificio 0). Mi primer pensamiento fue que no lo resistiría, que no tendría fuerzas ni valor para hacerlo y se lo hice saber. Él entendía mi miedo pero tras hablarlo un buen rato me dijo una frase que me decidió a intentarlo: si no lo hacemos nosotros, quien lo va hacer?. Y tenía razón, mucha razón esos animales necesitaban de nuestras manos y nuestro cariño, así un frío día 2 de enero nos plantamos en la perrera con el corazón medio encogido por lo que nos podíamos encontrar (hasta la fecha, los animales eran sacrificados sin apenas oportunidad de encontrar un nuevo hogar). Describiros el alboroto que había, los meneos de cola entusiasmados, los ojos brillando llenos de esperanza, los ladridos de bienvenida es muy difícil, es de aquellas cosas que has de vivirlas. Creo que todos y cada uno de ellos supieron que su suerte había cambiado con nuestra llegada, que a partir de ese día sus vidas iban a tener un sentido de nuevo. Había perros de todos los tamaños, colores y formas, con raza y sin ella, cachorros y ancianos…pero todos recibieron de nosotros lo mismo: cariño a carretadas, un cariño negado hasta entonces y del que iban a disfruta siempre. No penséis que nos olvidamos de los gatos, pues de sobrevivir hacinados en jaulas minúsculas donde ni se podía mover, se les trasladó a un cuartito donde había calefacción, cajas de arena limpias, mantas mullidas y más carretadas de cariño.
En ese primer contacto con aquellos animales fui “victima” de enamoramiento canino: pasé por delante de su jaula y le vi, era una especie de teckel de un precioso manto negro y fuego brillante, que me ladraba con insistencia y rascaba con sus patitas la jaula para que le sacase. Le puse una correa y nos fuimos juntos a pasear por la montaña, no os imaginais lo bueno y cariñoso que resultó ser, sin conocerme de nada me llenaba de lametones las manos y sus ojitos negros me miraban de una manera tan preciosa, dándome las gracias a cada momento. Sentir esa mirada me llenó de ¡puf! ni se como describirlo pero fue maravilloso y me cautivó para que no le dejase a su suerte de nuevo (por mi situación de entonces no pude tenerle en mi casa que era lo que más ansiaba, de ser hoy día Tabu estaría conmigo os lo aseguro). Desde entonces, me dediqué en cuerpo y alma a dar todo el amor que me despertaban y a devolverles la esperanza en el ser humano; lo que en su día no supe o pude hacer por mi perro Drac, lo haría por ellos. Cada fin de semana lloviera, nevase o hiciera calor, iba nerviosa por ver a mis niños peludos, saber cuales habían tenido la suerte de encontrar un hogar, llevarles chucherias y juguetes, se me pasaban las horas volando con ellos. Ayudar a esos animales a superar sus traumas me hacía sentir plena y mejor persona, no me importaba pasarme toda una mañana intentando que un perro saliera de su jaula porque cuando lo conseguía, era fantástico. Todos ellos despertaron tal ternura y amor, que no podía fallarles.
Mi labor duró unos dos años en los cuales lloré amargamente algunas muertes, reí de felicidad por adopciones muy especiales y en los que me descubrí en una faceta desconocida hasta entonces de mi misma. Con los cuidadores también estrechamos lazos de amistad que por causas de la vida se acabaron rompiendo, pero esos dos años los recuerdo con gran intensidad y a la vez, los hecho de menos (ahora por mi trabajo no puedo dedicar las horas que hice en el pasado). Hasta hoy aunque no de la manera que yo quisiera (soy de las que se arremanga, coje una manguera y empieza a limpiar jaulas, ayudar a dar de comer etc etc) sigo poniendo cuando puedo mi granito de arena en este tema; creo que a pesar de que me ha hecho sufrir mucho, también me ha aportado momentos muy hermosos y especiales con los animales. Ellos te dan todo a cambio de nada, te acompañan siempre en tus alegrías y penas, te brindan su amistad más sincera y la mayor pena es que, muchos no saben apreciar tal generosidad y les pagan con dolor. El amor que te da un animal es el más puro, desinteresado y sincero que una persona puede recibir, tenemos tanto que aprender de ellos…
Perdonad la extensión de la esencia de hoy, pero quería compartirlo con vosotros.
Un saludo para el que me lea: respetad para ser respetados…

2 comentarios:

Yogui dijo...

Guau, es precioso.
Gracias en nombre de todos mis colegas
Lametones
Yogui

Efi (la gata naturalista) dijo...

Bravooooo!

De lo malo,lo bueno es muy bueno

Escribir es una buena terapia a falta de amistades a las que torturar con tus neuras.Así que como este es mi rincón me tumbo en el diván y m...