martes, 13 de enero de 2009

Un cuento...

Había una vez una doncella que una mañana despertó y se dio cuenta que, ya ni era tan ágil ni tan doncella como su cabeza le dictaba. Se sorprendió a si misma mirándose en su espejito mágico y viéndose más como una campesina fea que como una bella dama. Los años habían pasado y sin pararse a pensar en el mañana, los vivía deprisa sin casi saborear los pequeños regalos que cada año, cada hora, cada minuto y cada segundo le regalaba el destino. Ya no era la muchacha tímida que se sonrojaba ante cualquier comentario de un joven mancebo (el tiempo le enseñó a ganar seguridad en si misma y tener contestación para todos), su cuerpo se relajó más y ya no aguantaba los bailes alegres de su pueblo (de más joven, el sol la había acompañado muchas mañanas de vuelta a su casa tras una noche de jolgorio y risas), el tiempo le había permitido el privilegio de no aparentar los años trascurridos pero su alma si se los recordaba a cada momento.
Su corazón ya no anhelaba palpitar por un amor distinto en cada cambio de luna, prefería la serenidad de haber encontrado a su caballero de hermosa armadura y disfrutaba de su nueva vida con él, no sin añorar sus años de doncella claro está, pero intentando aprender que cada edad tenía su riqueza y encanto. Su manera de pensar también había experimentado cambios notorios ya que, se preocupaba más de los suyos y de quien pudiera sufrir ya fuera persona o animal (en su loca juventud no le importaba más que su yo mismo anteponiéndolo muchas veces a los demás; los años le trajeron el bonito regalo de la solidaridad y era incapaz de no actuar ante unos ojos tristes de quien le fuera querido o cuando un ser inocente era maltratado).
Temía cada vez más el avance frenético del tiempo (cuando era niña quería ser mayor y ahora que lo era, anhelaba ser niña otra vez) pues temía, terminar en el declive. A lo que más terror le tenía era a la mismísima muerte esa dama que a todos nos lleva algún día, pero a la que queremos ver cuanto más tarde mejor. Quizás era más temor a sufrir llegado el momento de su marcha que a la misma partida no sabía bien, pero si sabía que le asustaba en demasía pensar que un día sus ojos se vestirían de sombras, su cabello de gris y que su voz interior dejaría de hablarle.
Como todo ser humano, nunca estaba contenta con lo que tenía pues le parecía merecer un poco más de la diosa fortuna (ya no por bienes materiales, sino por ser sonreída por la buenaventura) y aún no poseyendo grandes zurrones de monedas, aprendió a administrar bien sus bienes para llevar una vida donde no había carencias ni tampoco lujos.
No le gustaba la idea de envejecer pero contra el traicionero tiempo no hay arma ni pensamiento con el que se pueda batallar….

Un saludo para quien me lea,respeta y con respeto serás tratado.

2 comentarios:

PEQUEBARBIE dijo...

Que bonito, me encanta, me ha encantao.. quiero la segunda parte del cuento, jeje
un beso guapa

Darcy dijo...

La segunda parte estoy segura que serà "y comieron perdices y vivieron felices para siempre". jeje
Un beso guapa!

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